jueves, 6 de octubre de 2011

LIBRO 666 / Pág. 131:



–Tan lleno está siempre de recelos el delincuente que el temor de ser descubierto hace tal vez que él mismo se descubra –declamó Sebastián Goldberg, con leve acento feminizo.
–¿Hamlet? –le pregunté.
–Exacto –me respondió con cierta indolencia.
–Pues sí, al repetir esa línea de Shakespeare acertaste porque ciertamente me declaro un delincuente, pero más bien lleno de celo que de recelo; y lo digo sin tomarme tanto tiempo como se lo tomó el receloso Hamlet para vengar a su padre. Ahora bien, si les parece, a modo de un célebre actor inglés sobre las tablas de El Globo, permítanme hacer uso de la teatralidad para explicarme de mejor manera... Al fin y al cabo, todo escritor es un usurpador profesional que siempre está haciéndose pasar por otro y que vive saqueándole a la vida su principal propiedad: vidas ¿Acaso han conocido acto más criminal que robar la vida de terceros? No se nos debería permitir seguir vivos después de semejante delito. Pero supongo que recibimos la venia del Todopoderoso por lo engorroso que resulta nuestro oficio, puesto que los escritores somos saqueadores de tumbas vivientes, asesinos y resucitadores a un tiempo; más que asesinos en serie somos asesinos de superserie, tratando de salvar muchas almas por medio de nuestra crucifixión al escribir. Imagínense, nosotros, los más desequilibrados, ¡buscando el equilibrio precisamente en una cruz! Es muy cierto que la letra mata... sí, pero da vida, y bien que pagamos caro la trasgresión de andar despojando almas de tantos malos elencos, de colaborar en la descontinuación de este espectáculo falso y disolvente, canjeando la función del ahora por el estreno de un nuevo tiempo, uno lo suficientemente distinto. Nuestro infierno, nuestro particular infierno, es negar esta vida para después de darle muerte crear otra con la tinta de una pluma ¿Quién reconocerá lo nocivo que significa para nosotros esta porfiada negación de vivir aquí y ahora para marcharnos a ese no tiempo, saltar de esta realidad y, adelantándonos, llegar más vivos que el resto de los mortales a la temida muerte; pasando de este mundo ordinario a otro perfecto e imaginario y con esa creación alimentar a los hombres su ilusión de un universo que vendrá, proporcionándoles el mejor combustible a su fe: la lectura? ¡Ahh, leer!, esa forma tan despierta de soñar la realidad dormida del mundo soñado, esa bella y exclusiva arquitectura de nuestra gran utopía... Yo les aseguro, si para los demás el papel lo aguanta todo, para nosotros, encarnaciones de dioses y profetas, una hoja en blanco es nuestra alcantarilla, nuestra Madrecloaca, en donde eliminamos lo que no nos conviene, todo aquello que nos es imposible seguir guardando... Sin duda, este santo oficio es el mismísimo purgatorio con el que tratamos de redimirnos y purificarnos, creyendo pagar así, con la condenación aceptada y asumida del escribir, todos los cargos en contra nuestra ¿Y saben por qué los escritores soportamos este infierno?... ¿Saben por qué?... Porque sólo alcanzamos nuestra salvación en la literatura.

No hay comentarios.: