jueves, 21 de junio de 2007

EL FESTIVO FUNERAL REVOLUCIONARIO


“Festival”. No podía tener otro adjetivo el susodicho encuentro internacional de los jóvenes, pues todos los festivales son festivos; aunque en ellos se ofrezcan juiciosos foros y serios debates en los que “urgentemente” se r-u-e-g-u-e una definitiva sobriedad (después de la resaca de los asistentes), para poder detener el eterno carnaval planetario, cuyos antifaces, con sus dos reyes momos de caras tan lavadas, aseguran que la comparsa es sólo para lograr la humanización de sus habitantes y el arreglo del decadente e injusto orden mundial (las promesas sempiternas). Quienes esperaban que se lograra algún avance o determinación de un proyecto concreto con respecto a esto, tendrán que esperar el próximo evento en que se vuelva a emborrachar a los revolucionarios de tanta “revolución”, o conformarse con la futura implantación del consabido socialismo del siglo XXI.
Los que sí salieron ganado son los dos líderes socialista que, con sus nuevas carnes de cañón televisivo, lograron impresionar al mundo que vio el poder de convencimiento que éstos, pastores que pastan desde sus confortables palacios en La Habana y el valle de Caracas, ejercen sobre una gran cantidad de jóvenes “revolucionarios” del mundo, que quieren, como borrego que sigue a borrego, seguir siendo lo que otros ya han sido, para no tener que verse en la obligación de CREAR que exige el camino del Ser, prefiriendo “dejarse mandar” por no saber obedecerse a sí mismos. Dicho sea de paso, es perfectísima la descripción que hace Octavio Paz de todo esto:
Como las fiesta populares, la Revolución es un exceso y un gasto, un llegar a los extremos, un estallido de alegría y desamparo, un grito de orfandad y de júbilo, de suicidio y de vida, todo mezclado... Y, por eso, también es una fiesta: la fiesta de las balas...
La Revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de la realidad: una revuelta y una comunión, un trasegar viejas sustancias dormidas, un salir al aire muchas ferocidades, muchas ternuras y muchas finuras ocultas por el miedo a ser.
Bien sabemos que en el mercado global las aplicaciones que pueden darse a la paleta de colores de la revolución son infinitas. Ofrece todo un cielo de arcoiris de opciones para quienes buscan excursionar virtualmente en la montaña de Bolivia con turismo de aventura en alguna capital del Caribe; adquirir el arma de National Geografic con municiones Kodak y cazar algún líder revolucionario con su disparador fotográfico; uniformarse, cual valiente “soldado de luz”, con franelas estampadísimas y prendedores y collares con imágenes de los viejos y nuevos próceres; gorros, bandanas y banderas recubriendo los cerebros, toda una gama de maquillajes para pintarrajearse el rostro y enfrentar al “cara pálida” del que Silvio Rodríguez nos advierte, ofreciendo también miles de libros de aquellos que no viven lo que escriben y miles de discos compactos de aquellos que cantan lo que no viven, o un sofá rojo para sentarse cómodo mientras se lucha contra el imperialismo con un control de TV en la mano viendo en Telesur a Maradona decir: “Yo apoyo a Fidel”. Y todo este mercadeo subsidiado por los petro-dólares (los de Bush) que entran cada vez más a nuestra revolucionaria Venezuela.
Durante una semana vi pasar por el Festival, como un sembrador regando el mar, las posibilidades que, en medio de esta feria de Pamplona en que todos corrían tras el toro del capitalismo, podía haber tenido alguno de los chicos de aprovechar la oportunidad de decir su verdad; pero, si en algún caso aislado alguien creyó decirla, realmente “repetía” una mentira verdadera que no era suya (a fuerza de repeticiones se termina creyendo) o bien alguno, honestamente despierto, no fue escuchado por los “camaradas” que estaban muy atentos en conciertos de “otras músicas”, ya que éstos últimos no parecían tener nuevos oídos para oír nuevas cosas (¿es que hubo alguna nueva cosa?).
Artísticamente hablando, el teatro Teresa Carreño parecía un cuadro de arte “ingenuo” con colores fuertemente tropicales, en cuyo lienzo vibraba un grito mudo contra la guerra: como el que inmortalizó Picasso en el Guernica, que fue ignorado por los chavales que estudiaron la guerra civil en todos los colegios de España, y que debieron escribir la plana nuevamente cuando su presidente los llamó para que volvieran de Irak.
Cada vez más “las palabras y los hechos”, como los matrimonios, se separan. Es por eso que pudimos ver fácilmente a hordas de casados con el anti-imperialismo pero que “con-sumismo” obrar demuestran la infidelidad a su compromiso, y, a diferencia del Che, no renuncian a las comodidades que, por medio del dinero, les proporciona su archienemigo “el capital”. Por supuesto, como sesiones de consejeros matrimoniales, los discursos emotivos, creídas consignas y hasta piadosas oraciones no faltaron para propagar en los foros fáciles aplausos, tan fuertes como los que nosotros le dábamos a Chávez hace seis años cuando en su campaña nos prometía extirpar los dos tumores con que batíamos record y por los cuales principalmente votamos por él: la corrupción y la delincuencia (tumores que ya hoy son metástasis).Ah, también el volumen alto de las canciones de los “trovadores” suscitaron coros y lágrimas, que con total seguridad conseguirán acabar los males que sus letras reclaman (similar a como lo hizo el pederasta Michael Jackson y sus colegas millonarios, que en los ochentas, con su gran canción de amor, lograron salvar a los niños de morir de hambre en el África)
Si hubo amor durante la semana, este se limitó a expresarse solo en forma de noviazgo, pues de esos sí se vieron formarse muchos como verdaderos intercambios de naciones sin internet por el medio: parejitas con sus mochilas regaladas por los organizadores, que muy pequeñas quedaron para contener las cantidades de souvenirs y pesados libros y revistas (el papel lo aguanta todo) que, al igual que las membranas de los tambores de guerra que tan fuertemente redoblaron, sus telas rajaron (dudo que, al dejar atrás la gran batalla librada y volver a sus tan acostumbradas vidas clasistas, el recargo por sobrepeso que tuvieron que pagar en la aduana del aeropuerto internacional haya sido bajo).
No sé a ciencia cierta qué y cuantas cosas llevaba el Che Guevara en su mochila en el momento en que subía el cerro en Bolivia; de lo que sí estoy seguro es que nada de lo que se vendió, regaló y se propuso de novedoso en el festival (¿es que se propuso algo novedoso?), se asemeja siquiera a lo que en su lomo llevaba el verdadero revolucionario. Y es que si en algo ha de parecerse este festival al espíritu sacrificado del “comandante amigo”, es el hecho de que murió por la espalda, pero no por balas, sino por el suicidio de su propia conciencia.

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