VENEZUELA EN ROJO SANGRE
¿Cuál es la causa por la que al país con mayor cantidad de recursos del planeta, cuna del aclamado por las mayorías como el segundo “libertador y redentor”, se le pronostique un mañana tan gris? Son muchas, pero sin duda la principal fue tener una sociedad de oídos sordos ante la advertencia de Isabel Agüera: “Entre educar y manipular tan sólo hay un paso. Si no se vigila, la manipulación se impone”. No hay discusión, “el chavismo” se impuso… Y duro, duro como se impone el poder político y eclesiástico sobre los pueblos, como se impone el materialismo capitalista en todos los gobiernos, como se impone el cáncer sobre el cuerpo de un hombre, como se impone el mal en el mundo: arrinconando a una minoría de personas de bien que, apabulladas ante la gigantesca y poderosa masa alienada por monitores de nueva generación, no les queda de otra que orar esperanzadas únicamente en la Justicia Divina.
Hoy la muy dudosa “democracia” venezolana se escribe con la D de
decadencia, deterioro y desorden, y la distancia sideral que separa el lenguaje
del oficialismo con el de la oposición (sumando los picos extremos a los que la
ignorancia de los pueblos puede llegar cuando se les suministra el opio
ideológico a grandes dosis), hace predecir que no se podrá lograr el diálogo
conciliador y menos aún adoptar con urgencia las medidas necesarias para
mitigar el desastre inminente de la nación bolivariana, destinada sin remedio a
finalizar en el mismo callejón oscuro y trágico en el que otras naciones
terminaron: con rodilla en tierra y cuerpo entero suplicando ser liberados de
sus propios emancipadores, todo por la irracional aventura de haber correteado
cual ovejas ciegas tras un carismático pastor.
El insolucionable problema es que el comandante supremo (ahora también
suprema santidad de la nueva religión mediática criolla) se marchó dejando una gran
orden en medio de un gran desorden, orden que de no cumplirse se consideraría una
traición a la patria y una blasfemia sobre su templo ideológico: consolidar el
socialismo “cristiano” y la “revolución” latinoamericana. Pero, ¿a quién se le
ocurre la disparatada idea de forjar un socialismo sin contar con su elemento
primordial: la sociedad? Sí…, sólo a Chávez… ¿Y a quién, en su sano juicio, se le metería
en la cabeza crear algo cristiano sin cristianos y una revolución sin
revolucionarios? Pues a Chávez… (y al Papa).
Por un lado, es patente que los venezolanos socialistas, tal como le
ocurre a los cristianos con el evangelio, jamás han entendido (si alguna vez lo
leyeron) el significado de sociedad, que para nada es una fauna silvestre
fragmentada en dos bandadas de animales disputándose el territorio; sino todo
lo contrario, es la raza humana reunida como socios (de allí la palabra
sociedad) en un país cuya convivencia es lograda del único modo con que la raza
humana puede relacionarse: la comunicación. Cuando esta comunicación se pierde,
“manoseada” con destreza por expertos politiqueros y por medios de información vendidos
a los poderes (sobre todo el electoral), las personas pasan a ser una especie
de tribus de zombies que van cruzándose unos a otros, impermeables al encuentro
y al diálogo, víctimas de la división que le impusieron aquellos que pretenden perpetuar
su reino, acabando entonces en lo que ya es Venezuela: un pandemónium en donde
lo socio-político, lo socio-económico, lo socio-cultural, y todo lo “socio” a
terminado en un sucio estado por la “manera de comunicar” adoptada por un
oficialismo vulgar (mediocre en extremo e híper corrupto) y una oposición
incapaz (¿o cómplice?) de instruir e higienizar un lenguaje que logre con certeza
desmitificar al Estado y develar su enorme manipulación. Por otro lado, se les
ha hecho creer a millones de venezolanos que son unos “revolucionarios” muy
bien amaestrados y listos para la batalla, cuando la verdad es que ninguno de
ellos posee las mínimas facultades para afrontar la principal pelea que la vida
exige (quizás ni tengan conocimiento de ella): la pelea contra sí mismos (la
misma que perdió Chávez por la vía del knock-out). No voy a explayarme a descifrar
el oráculo apolíneo y su máxima “conócete a ti mismo”, ni a tratar de explicar
con una tesis doctoral que si escupes hacia arriba desde un púlpito, orinas en
plena vía pública, tiras en la acera desperdicios, o lanzas las mismas
vulgaridades a una bella dama que a un motorizado, causarías más detrimento propio
que social. Es más propicio lanzar las siguientes preguntas a todos los
venezolanos que se consideran “cristo-revolucionarios” (no sin antes recordarles
estas sabias palabras de Jesús: “Quien no es fiel en lo más pequeño no podrá
ser fiel en lo más grande.”):
¿Cómo un país puede demostrar al mundo la grandeza de una revolución cuando
su sociedad ni siquiera es capaz de cumplir fielmente las pequeñas normas del
buen oír y del buen hablar, ni las más elementales leyes de tránsito, ni las
normas básicas de salubridad pública y convivencia ciudadana? ¿Podría acaso proponer
un cambio positivo una sociedad que como ninguna otra se aglomera frente a las
ventas de licores y juegos de azar con el mismo fervor con que lo hace en un
mitin político para recibir limosnas de “líderes hechos a medida de sus
votantes”; cuyos maestros y alumnos parecen vivir unas eternas vacaciones en la
paradisíaca isla desierta Moral y Luces; cuyos cuerpos de seguridad y entes
gubernamentales son templos de fariseos y feligreses delincuentes; sociedad cuya
criminalidad, impunidad y violaciones a los derechos humanos la colocan entre
las primeras de la lista? ¿Dónde se ha visto que una sociedad profundamente
dividida (con una clase media demonizada y destruida adrede con el fin de
construir una “nueva clase social” constituida por hijos exclusivos de un
caudillo, la gran mayoría hijos pobres, pobres en todos los ámbitos, cuya
adopción les permite mantenerse bajo el resguardo de un Estado todopoderoso que
alardea siempre porque tiene los bolsillos repletos de petrodólares) pueda ser un
ejemplo para los demás pueblos de la tierra? ¿Se habrá preguntado este cabeza
de familia cuántas vacas flacas vaticina haber devorado tantas vacas gordas por
su afán de internacionalizarse? Ese papá despilfarrador y consentidor (con el
único propósito de mantener a tantos hijos satisfechos, incluso hijos de otros
países que hizo suyos, pegándolos a las repletas ubres de su vaca-nal para
convertirlos en unos dependientes y eternos agradecidos de sus regalos) prefirió
sustituir la educación por la cría, el pensar por el adoctrinamiento, el amor
por el provecho, el debate por la comparsa... Detrás de sus consignas de
libertad aún se escucha desde la mazmorra del mas allá su firme voz: “Dame,
dame votos y te premio”. “Obedéceme o te caerá el peor de los castigos”. ¡Dios,
qué valioso legado ha dejado! Claro, este comandante seudo místico justificó
todas sus atrocidades con la sempiterna coplilla “por el bien de la patria”,
del mismo modo que el dios de Israel justificó sus exterminios por lograr la
patria davídica que prometió dar en exclusividad a sus “hijos predilectos”. ¡Qué
diabólica similitud patriótica! Hasta un mortal como Saint Simon fue más
racional que el dios antiguo al decir: “El patriotismo no es más que el egoísmo
nacional; y este egoísmo provoca las mismas injusticias entre naciones que el
egoísmo personal entre individuos.”
Esa fue la jugada maestra que el padrastro aplicó sobre sus hijos
postizos: uni-formarlos de pies a cabeza (sobre todo cabeza) con el color de la
sangre derramada por los próceres e invertir por más de una década en una aplastante
campaña multimillonaria para meterles hasta las médulas “el patriotismo”.
Bueno, realmente no fue una jugada maestra, fue una copia fiel de lo fraguado
con anterioridad por Hitler, Stalin, Mao, Perón, Castro, Bush, Husein, Gadafi,
y tantos otros “pioneros de la autopromoción”. Lo cierto es que a sus
compatriotas venezolanos Chávez logró, valiéndose de la más grande maquinaria
mediática ideológica que se ha conocido en años, convencerlos de que son lo que
no son. Porque el venezolano no es para nada lo que cree ser…, eso que tanto le
ha hecho creer los medios… Y prueba de ello es el anacronismo de presumir tener
el mejor de los países cuando en realidad el peor país del mudo es, sin
discusión alguna, el que posee la mayor reserva de riquezas minerales del
planeta y sin embargo ostenta cuantos tipos de pobrezas existen. Frente a esta
descomunal paradoja, frente a este enorme “mal entendido” tan bien incrustado
en las mentes bolivarianas, se debe, sin misericordia, sacudir las conciencias
con la verdad: El venezolano no es bolivariano, no es demócrata, no es
revolucionario, no es socialista, ni comunista ni humanista, muchísimo menos
cristiano, el venezolano es simplemente “lo venezolano”; y ese tumor maligno
sólo puede extirparse con el mismo bisturí que Borges sugirió usar para
extirpar de Argentina lo que él llamó “lo argentino”: siendo lo que realmente
somos, UNIVERSALES.
Por tanto, y óigase bien, Chávez no es Universal, Chávez no es otro
Cristo, Chávez vulgarmente fue un “patriotero” venezolano más, un “falsocristo”
venezolano más, un “Jehová venezolano” que con su culto idolátrico del Estado
(que era él mismo), y sobre todo de su ejército religioso-cívico-militar, hizo proféticas
las palabras del filósofo Kierkegaard: “Incluso ahora, en 1848, desde luego da
la impresión de que la política lo es todo; pero se verá que la catástrofe (la
revolución) es lo propio de nuestra época y lo opuesto a la reforma: entonces
todo apuntaba a un movimiento religioso y resultó ser político; ahora todo apunta
a un movimiento político, pero será religioso.”
1 comentario:
Por aqui hay alguien usurpando tu identidad
Escribe a paulyflia@gmail.com
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